Me dijeron que tenía quinientas palabras para hablar de Hogares Claret, tal vez no lo cumpla, pero a propósito de cuestiones anti-normativas, en el lugar que les hablo caben todas las historias, condiciones, incluso nacionalidades; en este montoncito de letras todo se entrelaza, no queda nada en entredicho.
Está en el campo, rodeado de guaduas, árboles viejos de atardeceres anaranjados, gramas de mañanas húmedas, vistas a lo alto de ladrillos techados, cableados enredados, carreteras pendientes. Ella es expectante a todo, por momentos ajena a sonidos de ciudad reemplazados por aves anidadas, de corridas y escapadas de guatines, de subidas y bajadas de patas de ganado, ardillas en los árboles, iguanas casi imperceptibles en sus ramas; gallinas que revoletean, mascotas amaestradas por miradas de vecinos sin nombre, bicicletas de paseo, rejas y amplios antejardines; portones protegiendo verdes cuidados; caos urbano solo rememorado por paticos que entorpecen despaciosos el tránsito yendo al rio, el mismo que va guiando destinos, conciencias obnubiladas por humo gris espeso, seducción de pasiones con facturas ruinosas, suspiros que provocan estados de persecución, colores que enturbian visiones y agravan recuerdos, sensaciones psicoactivas.
Es un lugar donde es posible quedarse a vivir, anhelar olvidos de sentimientos con rabia matizados de abandono, a no sentir manos malintencionadas, a dejar de escuchar palabras con heridas profundas, a evitar miradas miserables. A la entrada hay una fuente, y no de lágrimas, pues probablemente se quedaron en las sábanas y almohadas con secretos y aprensiones por aflorar; gotea esperanza, relaja sentires, arrulla sueños en camino de cumplirse.
Es contemplada por ojos asomados por ventanas empañadas de afanes curiosos, es la encargada de sublimar voces al interior de salones, sonrisas desmedidas, manifestación de saberes y palabras mal dichas. Aquí coexisten normas, puntos de vista; germinan amores, abrazos sinceros, rivalidades femeninas, egos masculinos, maldades prematuras, ambiciones benevolentes. Hay espacio para el deporte, encender fogatas, una nueva luz, un renacer, un compromiso con el “solo por hoy”.
Los domingos son familiares, algunos despidos son eternos, también hay ausentes porque la indiferencia no se cansa de ser cruel. En este lugar no hay misterios, las deidades son libres de escoger, los Derechos priman porque son necesidad. Para el que guste venir no es muy lejos, tal vez sin querer ha pasado por su puerta cuya resistencia es la voluntad, algunos dirán que queda al lado izquierdo del pecho, yo les digo que lo encuentran en la sensibilidad; la que tuvo alguien mediante una llama compasiva que alumbra rostros especialmente de niños y adolescentes con mugre de tristeza, lavados de esperanza, sobrellevados por el amor, dueño de una voz suavecita y manos solidarias, de sonrisa altruista; a cuestas lleva historias tristes convertidas en oportunidades. Es un hombre común, un scout… de muchas pecas en sus mejillas; acuñó que la terapia esencial es el amor. Su nombre es fácil de pronunciar y estoy seguro que no le agradan las antesalas…
Está bien, es él: Gabriel Antonio Mejía Montoya, el primero que prendió la llama que fundó: Hogares Claret.

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